Hola otra vez, soy yo de nuevo, enfrente del computador, buscando inspiración que no llega para mi siguiente blog.
Y aunque creo que es una gran actividad que te saca un poco de la cotidianidad del trabajo diario, a veces es difícil conectar todos los pensamientos o temas de los cuales podría hablar.
Así que decidí escribir sobre cómo teniendo el control de diversas situaciones siempre hay que dejarlas fluir. Y vaya que me ha costado varios años de trabajo aprender a hacerlo, mi vida laboral empezó ya hace mucho tiempo, por ahí del 2013 y me he visto en diferentes situaciones que me han enseñado a la buena, o la mayoría de veces a la mala, como no dejar que los problemas del trabajo me afecten más allá de las horas de jornada.
Antes me iba a casa cargando esos problemas, llevándolos conmigo, siempre, siendo míos, a todas horas, no importaba si era navidad o día del padre, ahí estaban esos pendientes, problemas, cosas por resolver; hasta que me canse y dejé ir.
Aprendí a que después de las seis de la tarde debo soltar todo y no volver a pensar en cualquier asunto que tenga que ver con el trabajo hasta el siguiente día laboral. A menos que necesite que César (mi esposo) me de su punto de vista para solucionar alguna situación, si le cuento algo del despacho solo son anécdotas divertidas de cómo gané o perdí en las retas diarias de futbolito, o las palizas del uno (aunque se que no me cree, porque en casa siempre gana él por azares del destino y en Happy he tenido rachas de 4 juegos victoriosamente seguidos. (¿Se acuerdan Happy Humans?)
En fin, me di cuenta que si seguía con esas preocupaciones el único que sufría era mi estómago. Mi trabajo va mucho de la mano con la paciencia y gracias a Dios, Emma (mi pequeña) lleva enseñándome 3 años como trabajarla y reproducirla. Los clientes son personas nuevas, con millones de ideas, necesidades, compromisos y (sobre todo) preguntas, por lo que necesitas conocerlos, para poder comprender sus requerimientos, escucharlos y más que nada darles el acompañamiento paciente y profesional para que juntos se puedan crear proyectos exitosos. Pero (lo más importante), para que se logre una comunicación funcional, y va desde lo más simple como, sí el cliente prefiere juntas por zoom o google meet ó si contesta por mail o whatsapp, a cosas más minuciosas.
He visto memes refiriéndose al trabajo del Project Manager, en donde su único diálogo es ¿Cómo vas? Y sinceramente me río de mí cuando lo digo.
Mi diálogo con mis pequeños hijos del trabajo va más allá de una pregunta. Tengo que lograr captar la idea y/o necesidad de los clientes y poder filtrarla de tal manera que cualquiera en el despacho pueda entenderlo, sin tener que contarles todo el back y la realidad es que tengo la fortuna de tener tres hijos adoptados (del trabajo) que son extremadamente talentosos y que a la primera entienden lo que hay que hacer.
Mi primer hijo adoptado es el más rápido del oeste, a veces suelo decirle flash de frente y siempre lo digo a sus espaldas, sus diseños siempre son hermosos y atinados a lo que quiere el cliente y su 3D debería ser conocido dentro y fuera de México. Mi segunda hija siempre busca dar el 200%, su empeño sobresale de todos, y si estudiara en hogwarts le daría una paliza a Hermione. Y mi tercera hija es la más buena, tierna, y talentosa, todo su trabajo es bello (vean la ilustración que se reventó para este blog) y le envidio su capacidad para dibujar.
En conclusión, puedo decir que para poder fluir en el trabajo, tenemos que ponernos en los zapatos de cada cliente.
Entender su forma de ser y sobre todo, amar lo que haces, esa es la clave de todo, solo así puedes buscar la paz mental (tipo Kun Fu Panda) y cuidar un poco el estómago. Mi consejo al aire por si alguien por aquí llega a necesitarlo es: “Acompañemos con paciencia y amor a los clientes en cada etapa de su paso por nuestra chamba, pero sobre todo tengamos paciencia y amor con nosotros mismos, (la mayoría de las veces) somos quienes más lo necesitan”.